Luis Prados
México
21 NOV 2012 - CET4
Una de las cartas más excepcionales entre las miles enviadas por los republicanos españoles
solicitando asilo en México es la de Luis López Dóriga Meseguer, exdeán
de la catedral de Granada, para quien sus principios cristianos son del
todo incompatibles con la causa de Franco. Una auténtica rareza en un
momento en el que la jerarquía católica española había definido la
guerra civil como “cruzada”.
Así lo expone en su carta, escrita a máquina y con registro de entrada en la Embajada de México en París el 9 de agosto de 1939. Tras presentarse como “doctor en Filosofía, en Teología y en ambos Derechos, Maestro Nacional, académico de Bellas Artes y profesor de Sociología en la Universidad de Granada”, afirma: “Y por sus ideas antifascistas, expuestas en el Parlamento español como diputado de las Cortes Constituyentes, tuvo que abandonar la profesión aunque conserva su conciencia inspirada en los principios cristianos que son la raíz de la verdadera Democracia”.
Luis López Dóriga fue diputado por el Partido Republicano Radical Socialista nada más proclamarse la II República en 1931 y defendió con su voto la separación Iglesia-Estado y el divorcio, lo que le costó una suspensión a divinis y la excomunión en 1933. Durante la Guerra Civil pasó de Madrid a Valencia antes de su exilio en México.
“Se instaló en Veracruz”, recuerda su sobrino nieto Joaquín López Dóriga, probablemente el periodista con mayor influencia y audiencia en México. “En mi familia le llamábamos el canónigo de Granada”, dice conmovido al entregarle EL PAÍS la carta de su tío.
El periodista, nacido en la castiza Cuesta de Santo Domingo de Madrid, de familia originaria de Santander y dividida como tantas otras por la guerra, se muestra sorprendido por la novedad del pensamiento político de su pariente — “aunque no sé si estoy de acuerdo con eso de que los principios cristianos son la raíz de la verdadera democracia”— y emocionado por su último párrafo: “(Tiene) el honor de dirigirse a su excelencia para significarle su ferviente sentido antifascista y su adhesión incondicional a las leyes vigentes en la República Mexicana, en especial a las que se refieren al ejercicio de la profesión religiosa”.
El sacerdote republicano pasaría sus días en México impartiendo clases de humanidades en diferentes liceos hasta su muerte a principios de los años sesenta. La Iglesia le levantaría el castigo pero nunca pudo volver a España.
Así lo expone en su carta, escrita a máquina y con registro de entrada en la Embajada de México en París el 9 de agosto de 1939. Tras presentarse como “doctor en Filosofía, en Teología y en ambos Derechos, Maestro Nacional, académico de Bellas Artes y profesor de Sociología en la Universidad de Granada”, afirma: “Y por sus ideas antifascistas, expuestas en el Parlamento español como diputado de las Cortes Constituyentes, tuvo que abandonar la profesión aunque conserva su conciencia inspirada en los principios cristianos que son la raíz de la verdadera Democracia”.
Luis López Dóriga fue diputado por el Partido Republicano Radical Socialista nada más proclamarse la II República en 1931 y defendió con su voto la separación Iglesia-Estado y el divorcio, lo que le costó una suspensión a divinis y la excomunión en 1933. Durante la Guerra Civil pasó de Madrid a Valencia antes de su exilio en México.
“Se instaló en Veracruz”, recuerda su sobrino nieto Joaquín López Dóriga, probablemente el periodista con mayor influencia y audiencia en México. “En mi familia le llamábamos el canónigo de Granada”, dice conmovido al entregarle EL PAÍS la carta de su tío.
El periodista, nacido en la castiza Cuesta de Santo Domingo de Madrid, de familia originaria de Santander y dividida como tantas otras por la guerra, se muestra sorprendido por la novedad del pensamiento político de su pariente — “aunque no sé si estoy de acuerdo con eso de que los principios cristianos son la raíz de la verdadera democracia”— y emocionado por su último párrafo: “(Tiene) el honor de dirigirse a su excelencia para significarle su ferviente sentido antifascista y su adhesión incondicional a las leyes vigentes en la República Mexicana, en especial a las que se refieren al ejercicio de la profesión religiosa”.
El sacerdote republicano pasaría sus días en México impartiendo clases de humanidades en diferentes liceos hasta su muerte a principios de los años sesenta. La Iglesia le levantaría el castigo pero nunca pudo volver a España.