Sábado, 23-11-2013, Eucaristía Diocesana de Clausura del Año de la Fe en la Catedral de Granada
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Domingo, 24-11-2013; Radio Vaticana:
Homilía completa del Santo Padre en la Solemnidad de Cristo Rey del Universo, Coronación del Año Litúrgico, que
señala también la Conclusión del Año de la Fe
(RV).- (Con audio)
''Cada uno de nosotros tiene su historia, sus pecados. Sus momentos
felices y aquellos oscuros. En esta jornada nos hará bien pensar en
nuestra historia y repetir con el corazón, en silencio: acuérdate de mí,
Señor. Jesús acuérdate de mí, porque quiero ser bueno pero no tengo
fuerza, soy pecador. Pero acuérdate de mí, Jesús. Tú puedes acordarte de
mí porque eres el centro de todo. Qué hermoso, hagámoslo todos hoy,
cada uno en su corazón ''. Lo dijo el Papa Francisco, en su Homilía en
la celebración eucarística con motivo de la clausura de Año de la fe,
hoy, 24 de noviembre, fiesta de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del
Universo. Participaron 1.200 entre cardenales, patriarcas y arzobispos
mayores de las Iglesias orientales, arzobispos, obispos y sacerdotes. En
efecto, en esta solemne ceremonia, también estuvieron presentes los
Jefes y los Padres de las Iglesias Orientales Católicas participantes en
la Asamblea Plenaria de la Congregación para las Iglesias Orientales.
Al lado del altar se expusieron las reliquias del apóstol Pedro: una
caja de bronce con algunos fragmentos óseos. Al final de la
celebración, el Obispo de Roma ha entregado simbólicamente su
exhortación apostólica "Evangelii gaudium" a 36 representantes del
"pueblo de Dios" provenientes de 18 diversos Países. La exhortación
apostólica sobre la evangelización, que también retoma contenidos del
Sínodo de los Obispos de octubre de 2012, será presentada y publicada el
próximo martes.
Antes de la misa se realizó una colecta para la población de Filipinas.
Homilía completa del Santo Padre: (de la crónica radial del evento)
La
solemnidad de Cristo Rey del Universo, coronación del año litúrgico,
señala también la conclusión del Año de la Fe, convocado por el Papa
Benedicto XVI, a quien recordamos ahora con afecto y reconocimiento por
este don que nos ha dado. Con esa iniciativa providencial, nos ha dado
la oportunidad de descubrir la belleza de ese camino de fe que comenzó
el día de nuestro bautismo, que nos ha hecho hijos de Dios y hermanos en
la Iglesia. Un camino que tiene como meta final el encuentro pleno con
Dios, y en el que el Espíritu Santo nos purifica, eleva, santifica, para
introducirnos en la felicidad que anhela nuestro corazón.
Dirijo
también un saludo cordial y fraternal a los Patriarcas y Arzobispos
Mayores de las Iglesias orientales católicas, aquí presentes. El saludo
de paz que nos intercambiaremos quiere expresar sobre todo el
reconocimiento del Obispo de Roma a estas Comunidades, que han confesado
el nombre de Cristo con una fidelidad ejemplar, pagando con frecuencia
un alto precio.
Del mismo modo, y por su medio, deseo dirigirme a
todos los cristianos que viven en Tierra Santa, en Siria y en todo el
Oriente, para que todos obtengan el don de la paz y la concordia.
Las lecturas bíblicas que se han proclamado tienen como hilo conductor la centralidad de Cristo. Cristo está al centro. Cristo es el centro. Cristo centro de la creación, del pueblo y de la historia.
1. El apóstol Pablo, en la segunda lectura, tomada de la carta a los Colosenses, nos ofrece una visión muy profunda de la centralidad de Jesús. Nos lo presenta como el Primogénito de toda la creación:
en Él, por medio de Él y en vista de Él fueron creadas todas las cosas.
Él es el centro de todo, es el principio. Jesucristo, el Señor. Dios le
ha dado la plenitud, la totalidad, para que en Él todas las cosas sean
reconciliadas (cf. 1,12-20). Señor de la Creación, Señor de la
reconciliación.
Esta imagen nos ayuda a entender que Jesús es el
centro de la creación; y así la actitud que se pide al creyente, que
quiere ser tal, es la de reconocer y acoger en la vida esta centralidad
de Jesucristo, en los pensamientos, las palabras y las obras. Es así,
nuestros pensamientos serán pensamientos cristianos, pensamientos de
Cristo. Nuestras obras serán obras cristianas, obras de Cristo. Nuestras
palabras serán palabras cristianas, palabras de Cristo. En cambio, la
pérdida de este centro, al sustituirlo por otra cosa cualquiera, solo
provoca daños, tanto para el ambiente que nos rodea como para el hombre
mismo.
2. Además de ser centro de la creación y centro de la reconciliación, Cristo es centro del pueblo de Dios.
Y precisamente hoy está aquí, al centro de nosotros. Ahora está aquí,
en la Palabra, y estará aquí, en el altar, vivo, presente, en medio de
nosotros, su pueblo. Nos lo muestra la primera lectura, en la que se
habla del día en que las tribus de Israel se acercaron a David y ante el
Señor lo ungieron rey sobre todo Israel (cf. 2S 5,1-3). En la
búsqueda de la figura ideal del rey, estos hombres buscaban a Dios
mismo: un Dios que fuera cercano, que aceptara acompañar al hombre en su
camino, que se hiciese hermano suyo.
Cristo, descendiente del rey David, es precisamente el «hermano» alrededor del cual se constituye el pueblo,
que cuida de su pueblo, de todos nosotros, a precio de su vida. En Él
nosotros somos uno: un solo pueblo; unidos a él, participamos de un
solo camino, un solo destino. Solamente en Él, en Él como centro,
tenemos la identidad como pueblo.
3. Y, por último, Cristo es el centro de la historia de la humanidad y también el centro de la historia de todo hombre.
A Él podemos referir las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las
angustias que entretejen nuestra vida. Cuando Jesús es el centro,
incluso los momentos más oscuros de nuestra existencia se iluminan, y
nos da esperanza, como le sucedió al buen ladrón en el Evangelio de hoy.
Mientras
todos los otros se dirigen a Jesús con desprecio -«Si tú eres el
Cristo, el Mesías Rey, sálvate a tí mismo bajando de la cruz»- aquel
hombre, que se ha equivocado en la vida hasta el final pero se
arrepiente, se agarra a Jesús crucificado implorando: «Acuérdate de mí
cuando llegues a tu Reino» (Lc 23,42). Y Jesús le promete: «Hoy
estarás conmigo en el paraíso» (v. 43): su Reino. Jesús sólo pronuncia
la palabra del perdón, no la de la condena; y cuando el hombre encuentra
el valor de pedir este perdón, el Señor no deja jamás de atender una
petición como esa. Hoy todos nosotros podemos pensar a nuestra historia,
a nuestro camino. Cada uno de nosotros tiene su historia; cada uno de
nosotros también tiene sus errores, sus pecados, sus momentos felices y
sus momentos oscuros. Nos hará bien, en esta jornada, pensar a nuestra
historia y mirar a Jesús y desde el corazón repetirle tanta veces, pero
con el corazón, en silencio, cada uno de nosotros: "¡acuérdate de mí,
Señor, ahora que estás en tu Reino!". Jesús, acuérdate de mí, porque yo
tengo ganas de ser bueno, tengo ganas de ser buena, pero no tengo
fuerza, no puedo: ¡soy pecador, soy pecador! Pero acuérdate de mí,
Jesús: ¡Tú puedes acordarte de mí, porque Tú estás al centro, Tú estás
precisamente en tu Reino! ¡Qué bello! Hagámoslo hoy todos, cada uno en
su corazón, tantas veces. "¡Acuérdate de mí Señor, Tú que estás al
centro, Tú que estás en tu Reino!"
La promesa de Jesús al buen ladrón
nos da una gran esperanza: nos dice que la gracia de Dios es siempre
más abundante que la oración que la ha solicitado. El Señor siempre da
más de lo que se le pide, es tan generoso, da siempre más de lo que se
le pide: ¡le pides que se acuerde de tí y te lleva a su Reino! Jesús
está precisamente al centro de nuestros deseos de alegría y de
salvación. Vayamos todos juntos por este camino.