La mitología clásica presenta a la quimera como un monstruo imaginario que vomita llamas y tiene cabeza de león, vientre de cabra y cola de dragón. El diccionario de la RAE la define como aquello que se propone a la imaginación como posible o verdadero, no siéndolo. Es decir, coloquialmente decimos, que una quimera es una fantasía, alucinación o ensueño.
Normalmente, cuando decimos que alguien persigue quimeras, nos
referimos a que quiere algo que aparenta y no es real, a creaciones
huecas de la imaginación e ideas falsas.
La quimera puede simbolizar igualmente un monstruo que asola
un país o el gobierno de un gobernante caprichoso como cabras,
devastador como leones y sinuoso como serpientes. Total que la quimera simboliza la tentación y los deseos inalcanzables. Salvo en ‘La quimera del oro‘,
la película de 1925 de Charles Chaplin, en la que, al final, sí se
cumplen sus sueños. Es considerada como una de sus obras más célebres, y
de la que él mismo declaró varias veces que era la película por la que
más quería ser recordado. Charlot es atraído por la
fiebre del oro. Se desata una tormenta, se ve obligado a buscar refugio y
encuentra una casa aislada en las montañas. Tras mil duras peripecias
encuentra una mina de oro y vuelve a su país rico y con la chica de sus
amores.
Sin embargo, cuatro filósofos intentaron a lo largo de la historia responder a la pregunta, ¿es una quimera imaginar un político ético o moral? ¿Y qué ha pasado en la historia? Al pobre Platón casi lo vendieron como esclavo cuando quiso adoctrinar al tirano de Siracusa, Dionisio I, para que fuera mejor gobernante. Así es como Platón intentó aplicar en la práctica su teoría, ¿quimérica?, sobre que
los filósofos debían llevar el timón de la nave del Estado con arreglo a
sus conocimientos, para orientar mejores formas de gobierno.
Maquiavelo cobró mala fama por escribir un manual,
¿quimérico también?, sobre las maldades que cabe hacer para conseguir o
conservar el poder. Así se convirtió en el primer politólogo de la modernidad al describir sin cortarse los resortes de la maquinaria política.
Kant imaginó, ¿quiméricamente?, un político moral
para quien los principios de la prudencia política pudieran ser
compatibles con el ejercicio de la política. No sólo adaptables a su
provecho de estadista. Es decir que Kant utiliza la ética para
distinguir entre dos clases de políticos, aquellos que la utilizan como
mero barniz para camuflar sus tropelías y otros que la toman como
principio rector de sus decisiones. Ese sería el camino…
Y para Voltaire, ¿igualmente de forma quimérica?, la
palabra político significaba originariamente ciudadano, mientras que
con el paso del tiempo llegó a pensar, tristemente, que significaba, en
algunos casos, embaucador de los ciudadanos.
Va siendo hora de que prevalezca el pensamiento kantiano donde sólo debería haber sitio para los políticos morales.
Porque los políticos de índole moral no son en absoluto algo quimérico y
deberían proliferar cada vez más gracias a una presencia de la
reflexión ética y moral en todas las instituciones, sobre todo en las
gubernativas y legislativas.
Un cordial saludo a los lectores y lectoras de IDEAL en Clase.
Sábado, 19 de Octubre del 2024 - Antonio Alaminos López (Granada)
De vez en cuando hay que darse un paseo por el Universo. Salir de
la Tierra y primero pasear por nuestro Sistema Solar. Y después por
nuestra galaxia. Incluso, si se quiere, dar una vuelta un poco más
afuera. Pero no hace falta exagerar e ir demasiado lejos a otras
nebulosas. Porque se puede uno perder entre los cuatro tipos de galaxias
que se conocen hasta la fecha, las elípticas, las espirales, las
lenticulares y las irregulares. En fin, otro follón más, y además este,
interestelar.
Lo que de verdad tiene más éxito es recorrer con la vista, desde un
parque, nuestra Vía Láctea, del latín "camino de leche", que es la
espiral de estrellas y planetas donde se encuentra el Sistema Solar y a
su vez la Tierra. En fin, todo esto para mirar nuestro mundo con cierta
distancia y así pensar mejor cómo arreglar las tortuosas realidades que
se producen en el día a día: muchos disgustos y algunas alegrías, todo
hay que decirlo. Ya Honoré de Balzac, en el siglo XIX, decía más o menos
que para escapar de las leyes lo mejor es ser como una mosca gorda.
Porque por las leyes, que son como las telas de araña, pasan libremente
las moscas grandes, rompiéndolas, y quedan atrapadas las pequeñas, que
tienen poca fuerza. Pero parece que ya esos pensamientos hasta se quedan
empequeñecidos en nuestro actual mundo de la post-verdad, donde no hay
nada estable. Los hechos reales se manipulan al mismo tiempo que el
lenguaje. Y la misión de querer ser mejores y buscar la verdad queda
ensombrecida por ideologías inconscientes, y como dice la misma palabra,
sin fundamento real.
Ahora queremos ir a Marte, la Luna se nos queda ya demasiado cercana.
El caso es, como en un cuento, buscar la forma de escapar de los males
de la Tierra: de las guerras, el hambre, la corrupción, el
autoritarismo, la contaminación, la desigualdad, de la falta de trabajo
digno para todos, el acceso al agua potable, etcétera. Cuando lo que de
verdad tendríamos que hacer es arreglarlo todo lo mejor posible. Hacer
el bien... Y que el cuento tenga un final feliz. Por cierto, los que no
quieren salir al espacio recorren el Camino de Santiago, ese camino de
estrellas que forma el brazo de Orión, usado como guía por los
peregrinos. Bien por ellos y por ellas.
Con anterioridad a la Primera Guerra Mundial no hacían falta pasaportes, es decir según la RAE, “el despacho por escrito que se da para poder pasar libre y seguramente de un pueblo o país a otro”. Antes de 1914 daba la impresión, falsa, de que la Tierra era de todos; y que todo el mundo podía ir adonde quisiera y permanecer allí el tiempo que quisiese. Por los menos eso parecía en los relatos y novelas. Seguro que en la realidad habría sus grandes limitaciones. Sí, había salvoconductos para los lugares en conflicto y documentos de identificación. El pasaporte español es de los más positivamente valorados a nivel mundial. Viene esto a mi memoria ante la creciente preocupación en la Vieja Europa con el continuo flujo de inmigrantes en busca de un futuro mejor.
Hoy no voy a citar el artículo 13 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948), que habla de la circulación, residencia, salida y regreso de las personas, entre territorios, incluso del propio. Comprendo que los Estados pueden y deben regular y organizar la inmigración. Pero hoy me voy a fijar, con motivo del valiente viaje misionero del Papa Francisco por países de Asía y Oceanía, en el Catecismo de la Iglesia Católica que, en mi limitado entender, parece claro y equilibrado en esta materia:
“Las naciones más prósperas tienen obligación de acoger, en cuanto sea posible, al extranjero que busca la seguridad y los medios de vida que no puede encontrar en su país de origen. Los poderes públicos deben velar para que se respete el derecho natural que coloca al huésped bajo la protección de quienes lo reciben.
La Santa Sede en la ONU: "Alimentación, trabajo y familia contra la afrenta de la pobreza". (18 de Octubre en la 79ª Asamblea General de la ONU)
Las autoridades civiles, atendiendo al bien común de aquellos que tienen a su cargo, pueden subordinar el ejercicio del derecho de inmigración a diversas condiciones jurídicas, especialmente en lo que concierne a los deberes de los emigrantes respecto al país de adopción. El inmigrante está obligado a respetar con gratitud el patrimonio material y espiritual del país que lo acoge, a obedecer sus leyes y contribuir a sus cargas”.
Como es sabido, los inmigrantes, parecen ser un elemento clave para la prosperidad de los países de acogida, constituyendo una fuerza de trabajo y de consumo importantísima… Pero estas no son sólo las razones principales… ¿No les parece?
Un cordial saludo para los lectores y lectoras de IDEAL en Clase.
Nadie puede decir que carezca por completo de talentos. Seguro que alguno tiene. Pero hay políticos qué parece que sólo tienen uno o dos y los intentan mostrar sin cesar en cada comparecencia pública. La verdad es que cansan porque tienen sus pocos talentos muy desgastados. O los renuevan o se renuevan. Y en esto es muy importante no compararse con los demás, pensando que se ha hecho una injusticia por no tener lo que otros tienen. Cada cual es irrepetible, afortunada o desgraciadamente.
Se puede hablar de unos talentos, o capacidades, con los que comenzamos a caminar, por así decir, y aquellos que vamos fomentando o cercenando a lo largo del camino a través de nuestras decisiones. De esta manera, hay quien se apunta al pensamiento único, que es el del que todo lo sabe, y que, incluso, parece que condena la política mientras la practica. Y además, suele propagar el relativismo, la idea de que todo es igual, lo verdadero y lo falso, claro, según su ideología. Que las buenas maneras son las suyas y que fuera de su visión no hay nada admirable. El slogan es gozar sin trabas… Así se le toma rápido el gusto al poder, quitando del medio al crítico.
La crisis de la cultura del trabajo es una crisis moral y toca rehabilitarla. Para que, con el mayor descaro, no se lucren de los bienes del Estado, y monten hasta negocios con el dinero mal habido, a la vista de todos muy callados. Deberíamos empujar con más empeño en favor de los valores del respeto, la sinceridad y la laboriosidad. Vamos, eso me parece a mi…
Felicidades en el Día de España, de la Hispanidad y de la Virgen del Pilar; y un cordial saludo a los lectores y lectoras de ‘IDEAL en Clase’, en este sábado 12 de Octubre de 2024.
Nicasio Landa, Elena Sánchez de Arrojo y Eduardo Castillo Piñeiro, fueron los tres científicos españoles, y cristianos fervorosos, que pusieron en marcha la Cruz Roja Española. Es poco conocido el papel que jugaron en el inicio de la Cruz Roja, institución surgida para dar socorro a soldados heridos en batalla. Sus niveles académicos permiten presentarlos como un ejemplo de conciliación Ciencia-Fe.
Nicasio Landa (1830 – 1891): Navarro de nacimiento, en 1857 fue catedrático interino de Historia Natural en el instituto de Pamplona, obtuvo por oposición plaza para el cuerpo de directores de Baños Minerales. Cristiano practicante en todas las acciones de su vida. Como médico militar intervino de manera muy señalada en el campo de batalla, en guerras como la de Marruecos (1860), la Guerra Franco-Prusiana (1870), o la Tercera Guerra Carlista (1872-1876). Ideó el conocido como ‘Mandil Landa’, se dio cuenta de que en muchas ocasiones era bastante problemático transportar a los heridos a los puestos de socorro o a un hospital cercano ya que algunas veces éstos se encontraban en lugares geográficos de difícil acceso como por ejemplo bosques o montañas e inventó un tipo de transporte alternativo que ayudara a los sanitarios civiles y militares a transportar a los heridos. Se trataba de un trozo de tela grande que se ataba a la parte delantera del enfermero mediante unas correas y simplemente se agregaba una estructura de madera en la base, la cual era a la vez sostenida por otro asistente a modo de camilla para que el herido se instalara en el centro. Salvó muchas vidas que en otras ocasiones se hubieran perdido.
Fue nombrado Caballero de Carlos III, siendo ese mismo año elegido Académico correspondiente de la Real Academia de Medicina por una memoria sobre el cólera. En 1867 por orden real tomó parte en la Conferencia Internacional de las Sociedades de Socorro a los heridos militares, celebrada en París. En 1880 fue ponente del Congreso del Instituto de Derecho Internacional en la Universidad de Oxford e intervino en la redacción del Manual de las Leyes de la Guerra. Representó a España en la Conferencia Internacional de Ginebra de 1863 que llevó a la creación de la Cruz Roja Internacional, y, como consecuencia, Landa y José Joaquín Agulló y Ramón, conde de Ripalda establecieron la Sección Española de Socorro a heridos sobre la cual se constituyó la Cruz Roja Española, de la que fue nombrado Inspector General en 1867. Su elevado prestigio nacional e internacional, así como sus altas responsabilidades contraídas no exentas de riesgos, le llevaron a recibir multitud de condecoraciones.
Buena parte del mérito de la fundación de la Cruz Roja en 1863 se le atribuye, además de a Nicasio y otras personas, a Henry Dunant, al que se considera ‘padre internacional de la Cruz Roja’, que, tras observar horrorizado tras la batalla en Solferino (1859) a los heridos en combate, a quienes no sólo no recogía nadie si no que se les dejaba morir sin asistencia sanitaria, ideó un modo de hacerlo. Comenzó con el nombre ‘Asociación de Socorro a los heridos en el campo de batalla’, cuyos miembros deberían de llevar un brazalete con una Cruz Roja. Poco después esta organización se implantó en España con el nombre de “Asociación Internacional de Socorro a Heridos en Campaña de Mar y Tierra. Sección Española”. Nicasio fue un liberal cosmopolita y erudito, pero sobre todo un ferviente cristiano. Sí, así es, uno de los fundadores de Cruz Roja Internacional y responsable de su implantación en España fue un convencido católico médico militar y padre de familia. Él mismo diría sobre el emblema, ‘Ya nuestra bandera blanca con la Cruz Roja, símbolo de paz y de fraternidad cristianas y adoptada por todos los pueblos civilizados, flota sobre las Amezcuas…’.
Eduardo Castillo: Construyó la sede del Hospital Central de Cruz Roja en Madrid. Eduardo Castillo Piñeiro. Este médico cristiano ferviente fue pieza clave para la construcción del Hospital de la Cruz Roja en Madrid. Carlista convencido fue doctor en medicina por la Universidad Central de Madrid y obtuvo el doctorado en 1865. Fue determinante en la resolución médica de la epidemia de cólera que afectó a la ciudad de Madrid, lo que le valió un importante reconocimiento, la concesión de la Medalla de Bronce de la Junta de Sanidad del Distrito del Hospital de Madrid. Llegó a ser Director del Gabinete Anatómico del Doctor Velasco, pero por lo que nos referimos a él es fundamentalmente porque fue patrono constructor del Hospital de San José y Santa Adela, en cuyo edificio se terminaría albergando el actual Hospital de la Cruz Roja.
Elena Sánchez Arrojo fue Directora-Promotora de la Escuela de Enfermeras de la Cruz Roja. Escritora, poeta, activista social, Concejala Municipal, cristiana de primera línea en sus tareas y Presidenta de la Cruz Roja de Guadalajara, nació en Madrid en 1857 y partió a Filipinas por ser su padre militar. Allí se casó, tuvo dos hijos, enviudó y perdió también a su único hermano a consecuencia de la guerra, ‘donde pasé los más venturosos años de mi vida, entre amigos cariñosos y consecuentes, tanto como jamás volví a tener’, según sus propias palabras, y donde comenzó a publicar sus primeros trabajos periodísticos y literarios. Estas circunstancias personales marcaron sin duda su vida y quehacer futuro. Volvió a España y perteneció al círculo de Damas de la Reina Victoria Eugenia, con la que creó en 1917 las Damas de la Cruz Roja, o de Enfermería, mujeres no consagradas dedicadas a atender a los muchos heridos de las guerras coloniales, y del África en los años finales del siglo XIX y el primer tercio del XX, ya que todas las necesidades no podían ser atendidas por quienes desde el siglo XVII se habían estado dedicando a esos menesteres, las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Ese mismo año se publicó ‘Manual de la Carrera de Enfermeras para el uso de las Hermanas de la Caridad Española’.
Las primeras profesoras del curso de Damas de la Cruz Roja fueron experimentadas Hermanas de la Caridad. La Reina Victoria Eugenia se trajo a Sor Marta de Francia y a Sor María de Gran Bretaña. Elena Sánchez Arrojo escribió en 1920 otro manual de enfermería que se utilizó para la formación de las enfermeras de la Cruz Roja: “El Consultor de la Dama Enfermera”. Esta mujer también fue Dama de la Cruz Roja de Guadalajara, y junto a la Reina y algunas Infantas de la Casa Real perteneció además a la Junta de Damas del Hospital de la Princesa y a otras instituciones similares, siendo además la primera mujer en ocupar una Concejalía en el Ayuntamiento de Guadalajara, la de Beneficencia y Sanidad en 1927. Las Hijas de la Caridad y Elena Sánchez Arrojo, fueron las primeras enfermeras que trabajaron en el Hospital de la Cruz Roja de Madrid.
¿Y de dónde sale el emblema de la Cruz Roja?
Pues de la Cruz Roja que usaban los religiosos de San Camilo de Lelis, que ayudaba a los soldados heridos en el campo de batalla con una Cruz Roja sobre su vestimenta. Siendo militar fue herido en batalla y tuvo que ser hospitalizado. Tras curarse, su director espiritual -nada menos que San Felipe Neri- primero se hizo sacerdote de la Iglesia Católica y luego fundó a los Camilos u Orden de los Clérigos Regulares, Ministros de los Enfermos (M.I.) , paralela a la muy conocida y benemérita Orden de los Hermanos de San Juan de Dios, que iban a los campos de batalla ensotanados con una Cruz Roja para distinguirse con claridad, emblema que de manera milagrosa quedó intacto en la batalla de Canizza de 1601 al arder la tienda donde guardaban sus enseres. Henry Dunant propondría dicho emblema para la Cruz Roja por la facilidad de ser distinguido el personal dedicado a curar heridos.
Un cordial saludo para los lectores y lectoras de IDEAL en Clase.