Debemos el máximo respeto a la
Constitución. El hastío se define como una sensación de fatiga,
aburrimiento y desmotivación que llevan al cansancio emocional y al
disgusto y al enfado lo que puede llegar a producir una sensación de
indefensión adquirida. Así que, no hay que ocultarlo, hay políticos que
tienen hastiado a bastante parte del pueblo soberano. Esta expresión la
oigo en las conversaciones que por la calle repasan los dislates que
corren por la geografía de una España, casi en peligro de verse
troceada.
Personas con autoridad moral, han
afirmado con rotunda claridad que hay ideas políticas que se quieren
usar como moneda de cambio pública, y que no tiene cabida en nuestra
Constitución, salvo con calzador. La política debe ser el conjunto de
actividades que se asocian con la toma de decisiones en grupo, u otras
formas de relaciones de poder entre individuos, como la distribución de
recursos o el estatus.
Y algunas veces cuesta reconocer esta
definición en el día a día, sobre todo, a través de algunas televisiones
en las que, si las vemos, estamos castigados a tragarnos unos
culebrones constantes, aguantando a políticos y sus voceros
continuamente enzarzados en debates siempre en el mismo sentido. Malo es
el ejemplo que así se da a los jóvenes, reitero que ellos serán en un
futuro los que llevarán el peso de la sociedad y de la democracia.
Se debe más respeto a una Constitución
que se consensuó con el trabajo entre políticos de ideologías bien
distantes. Hay que recuperar el testigo dejado en 1978 y conseguir un
diálogo parlamentario adecuado. Sin tratar, muchas veces, de blanquear
lo que en tantas ocasiones han recogido, con dolor, las hemerotecas de
los diarios. ¿Habrá que acudir a nuestro Quijote, para asumir el sentido
común del “escudero gobernador”?
Si catorce ministros y un montón de altos
cargos ministeriales se van juntos a la presentación de un libro parece
que están aburridos y necesitan oír un monólogo que les haga reír. Si
no tienen casi comunidades autónomas, diputaciones provinciales o
grandes ayuntamientos afines que visitar, sólo les queda el terreno de
los pasillos de su ministerio para pasear.
Como que ni siquiera necesitan el coche
oficial para visitarse unos a otros o ir al Congreso. Pueden ir andando o
en transporte público por Madrid, eso sí, procurando no encontrarse en
el camino con la presidenta de la comunidad o con el alcalde madrileño.
Debe ser soporífero estar pendiente todo
el día del móvil por si hay que cambiar de opinión y dónde “dije digo,
digo Diego”. Un poco más entretenido, pero que debe poner de los
nervios, es estar en el despacho al tanto de lo que piden, piden y
piden, sin parar los independentistas.
O mantenerse atentos a las peleas de los
socios: que si me separo, que si me convierto en tránsfuga, que no sé
qué haré al votar… O inventando en los laboratorios sociales: que si
vamos a crear comisiones, que si vamos a reunirnos, que si hacemos una
encuesta, que si tocamos temas constitucionales, que si a la judicatura
por aquí, que si a los pactos por allá, que si le riñen en Bruselas, que
si el Rey viaja sin ministro, que si jugamos al corro de la patata. Eso
sí que da titulares.
Y todo con prisas como si se acabara el
mundo cada día o cada semana. Tranquilidad, que nos llevan a los
ciudadanos de a pie con la lengua fuera. Por favor, que hay que
disfrutar, sobre todo, de la vida ordinaria en pueblos y ciudades, con
la familia y los amigos.
Basado en en varios artículos publicados
en numerosos diarios y adaptados para IDEAL en Clase, a cuyos lectores y
lectoras envío un cordial saludo.
Ver artículos anteriores de
Antonio Alaminos López,
maestro retirado